BIBLIOTECA IES EL TANQUE

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miércoles, 30 de noviembre de 2011

LECTURA DE LA SEMANA

Me gustan los abrazos.
Los Largos y los cortos.
Los mojados dentro del mar.
Los secos debajo de un paraguas.
Los horizontales en un sofá.
Los de pésame en un entierro.
Los de los hinchas por una victoria.
Los abrazos lejanos de las bodas con una tía segunda.
Los que recibo en un mensaje de móvil.
Los que se dan los abuelos.
Los abrazos a los árboles.
Los felices de un reencuentro.
Los tristes de una estación de autobús.
Los abrazos de inviernos debajo de tres mantas.
Los que tienen lágrimas saladas.
Los del día de mi cumpleaños.
Los que duran un trayecto de autobús.
Los que dan garrampa (calambre, chispas).
Los de una escalera mecánica a diferentes alturas.
Los que tienen sexo.
Los de abrigo, guantes y bufanda.
Los incómodos.
Los de terror en el cine.
Los abrazos que no di.
Los que tienen tos y fiebre.
Los de hierba y amapolas.
Los de un banco de madera en una plaza.
Los abrazos en la parte de atrás de un taxi.
Los que no puedo olvidar.
Los que he olvidado.
Los que me doy yo solo.
Los abrazos en equilibrio de los borrachos.
Los que tienen arena del desierto.
Los abrazos a una estatua para sacarte una foto.
Los abrazos a tres.
Los que me daban mis padres cuando era sólo un feto.
Los que huelen a humo y saben a cerveza.
Los que duelen.
Los abrazos inmóviles al sol.
Los abrazos por la espalda.
Los que no tienen palabras.
Los que se dan en el camerino de un teatro.
Los sinceros y los hipócritas .
Los que vienen acompañados de un "te quiero".
Los que no le puedo dar a los peces.
Los que dan los niños a un muñeco.
Los de mi primo.
Los que me da Andrea.
Y sobre todo, los que me das tú.
La vida es una suma de abrazos, unos curan y te hacen crecer,
otros duelen y te hacen llorar. Aún así sumemos.

JOSÉ ORNA

EL ÁRBOL ROJO O EL CUENTO DE LAS PALABRAS QUE CURAN

jueves, 17 de noviembre de 2011

LECTURA DE LA SEMANA II


EL BUSCADOR
Esta es la historia de un hombre al que yo definiría como buscador. Un buscador es alguien que busca. No necesariamente es alguien que encuentra. Tampoco es alguien que sabe lo que está buscando. Es simplemente alguien para quien su vida es una búsqueda.
Un día, el buscador sintió que debía ir hacia la ciudad de Kammir. Él había aprendido a hacer caso riguroso a esas sensaciones que venían de un lugar desconocido de sí mismo, así que dejó todo y partió.
Después de dos días de marcha por los polvorientos caminos divisó Kammir, a lo lejos. Un poco antes de llegar al pueblo, una colina a la derecha del sendero le llamó la atención. Estaba tapizada de un verde maravilloso y había un montón de árboles, pájaros y flores encantadoras. La rodeaba por completo una especie de valla pequeña de madera lustrada… Una portezuela de bronce lo invitaba a entrar. De pronto sintió que olvidaba el pueblo y sucumbió ante la tentación de descansar por un momento en ese lugar. El buscador traspaso el portal y empezó a caminar lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como al azar, entre los árboles. Dejó que sus ojos eran los de un buscador, quizá por eso descubrió, sobre una de las piedras, aquella inscripción … "Abedul Tare, vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días". Se sobrecogió un poco al darse cuenta de que esa piedra no era simplemente una piedra. Era una lápida, sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad estaba enterrado en ese lugar… Mirando a su alrededor, el hombre se dio cuenta de que la piedra de al lado, también tenía una inscripción, se acercó a leerla decía "Llamar Kalib, vivió 5 años, 8 meses y 3 semanas".
El buscador se sintió terriblemente conmocionado. Este hermoso lugar, era un cementerio y cada piedra una lápida. Todas tenían inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto, pero lo que lo contactó con el espanto, fue comprobar que, el que más tiempo había vivido, apenas sobrepasaba 11 años. Embargado por un dolor terrible, se sentó y se puso a llorar.
El cuidador del cementerio pasaba por ahí y se acercó, lo miró llorar por un rato en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún familiar.- No ningún familiar – dijo el buscador - ¿Qué pasa con este pueblo?, ¿Qué cosa tan terrible hay en esta ciudad? ¿Por qué tantos niños muertos enterrados en este lugar? ¿Cuál es la horrible maldición que pesa sobre esta gente, que lo ha obligado a construir un cementerio de chicos?
El anciano sonrió y dijo: -Puede usted serenarse, no hay tal maldición, lo que pasa es que aquí tenemos una vieja costumbre. Le contaré: cuando un joven cumple 15 años, sus padres le regalan una libreta, como esta que tengo aquí, colgando del cuello, y es tradición entre nosotros que, a partir de allí, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abre la libreta y anota en ella: a la izquierda que fu lo disfrutado…, a la derecha, cuanto tiempo duró ese gozo. ¿Conoció a su novia y se enamoró de ella? ¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla?…¿Una semana?, dos?, ¿tres semanas y media?… Y después… la emoción del primer beso, ¿cuánto duró?, ¿El minuto y medio del beso?, ¿Dos días?, ¿Una semana? … ¿y el embarazo o el nacimiento del primer hijo? …, ¿y el casamiento de los amigos…?, ¿y el viaje más deseado…?, ¿y el encuentro con el hermano que vuelve de un país lejano…?¿Cuánto duró el disfrutar de estas situaciones?… ¿horas?, ¿días?…
Así vamos anotando en la libreta cada momento, cuando alguien se muere, es nuestra costumbre abrir su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado, para escribirlo sobre su tumba. Porque ese es, para nosotros, el único y verdadero tiempo vivido.

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